Hace unos días, junto con unos amigos, acudí a un espectáculo, típico en estas fechas veraniegas: los fuegos artificiales. Como os podréis imaginar, estuvo muy bien: de noche, cerca del río, con una tempertaura muy agradable, una conversación durante la espera muy ocurrente y con un montón de gente absorta viendo como después el cielo oscurecido se teñía de colores.
Pero lo que me llamó la atención fue un perro de raza pitbull que se instaló cerca de nosotros para presenciar también el espectáculo, junto con sus dueños. Al rato de empezar los fuegos, con sus inquietantes y continuos ruidos de explosiones y silbidos, el perro empezó a ponerse nervioso. El estallido en ladridos no tardó en hacerse esperar. La situación pronto empezó a empeorar. El perro estaba aterrado. No paraba de moverse, de ladrar. El dueño no acertaba a hacer otra cosa más que agarrarle, darle tirones, taparla la boca por momentos, darle golpes cariñosos, acariciarle....
La situación se volvió insostenible y tuvo que llevárselo . Ni siquiera el perro pudo mantenr un paso sereno. Estaba bloqueado. Paralizado. Al final el dueño optó por llevárselo en brazos.
Da que pensar. Está claro que a nuestros perros tenemos que acostumbrarlos al ruido antes de poder llevarlos a los fuegos artificiales. Pero, y sobre todo, creo que es un ejemplo muy válido para ilustrar que el método de la inmersión no funciona casi nunca. Si un perro, por el motivo que sea, tiene miedo ante una situación determinada, ponerle en medio de la misma sin más opción para él, normalmente dará como resultado que el perro, no sólo no salga "curado" de la misma, sino además, que acabe más afectado que lo que estaba al principio. A la hora de educar a nuestro perro es muy importante ver qué método usamos. El de la inundación o inmersión es una mala inversión.
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